Vídeo del artículo: «A un metro y medio de distancia: el origen del miedo al coronavirus», en el que intento analizar desde un punto de vista psicológico-existencial la crisis mundial provocada por el Covid-19 a la vez que trato de responder a la siguiente pregunta: cuando superemos la amenaza sanitaria ¿habremos aprendido algo significativo?
Es evidente que nos encontramos ante una crisis sanitaria importante.
La velocidad de contagio y la cantidad de afectados por coronavirus son elevados, así como la tasa de mortalidad, que a falta de un análisis más a largo plazo, es sin duda inquietante.
Quizá esta situación podría haber sido distinta si hubiéramos hecho las cosas de otra manera.
En todo caso, no se puede volver atrás y no hay que olvidar una cosa igualmente importante:
Esta situación va a pasar.
Tarde o temprano controlaremos la curva del virus y la cadena de curación tomará la delantera a la cadena de contagio.
Las calles volverán a llenarse de gente, y en la puerta de colegios y negocios volverá a colgar el cartel de “abierto”.
Mientras tanto, yo, desde el confinamiento forzado en un piso de 35m2 del centro de Madrid, llevo días preguntándome y reflexionando sobre lo siguiente:
Cuando termine esta situación crítica, cuando hayamos superado el duelo por las lamentables perdidas y hayamos vuelto a abrazar a nuestros seres queridos…
¿Habremos aprendido algo trascedente de todo esto?
¿Vamos a sacar alguna lección profunda de esta crisis o vamos a hacer como si nada hubiera pasado, intentado a toda costa volver a la “normalidad”?
A parte de la imprescindible mejora en dotación de recursos médicos, los avances en medidas sanitarias y en protocolos de actuación globales que se puedan derivar de la experiencia de gestión de esta histórica pandemia…
¿No sería bueno aprovechar la circunstancia para extraer algún aprendizaje significativo, aplicable a la vida cotidiana de cada uno de nosotros?
Si bien es cierto que a la sociedad moderna se nos ha dado bastante bien eso de aparentar normalidad aunque no se corresponda con la realidad, una cosa es evidente:
Este virus nos ha hecho daño a todos y a todas.
Más allá de la amenaza sanitaria
Aun a riesgo de parecer un razonamiento frívolo dadas las circunstancias, no podemos obviar que el peligro de enfermedad grave y muerte provocados por el Covid-19 solo afecta y afectará a una muy pequeña parte de la población.
Por ejemplo, tú, que estas leyendo este articulo, lo más probable es que no tengas o no vayas a tener síntomas médicos, y si los tienes, sean leves o moderados.
Pero seguramente sí es mas probable que, aun estando a resguardo y protegido en tu casa, con todas las necesidades básicas cubiertas, estés sufriendo de alguna manera.
Por tanto, más allá de la empatía que todos sentimos por las personas fallecidas, sus familiares y cuidadores (y también por eso), tu principal afectación relacionada con el virus es de carácter psicológico*.
Esta afectación psicológica puede estar causándote síntomas, más o menos graves, algunos incluso que nunca antes habías experimentado (o no de esta manera).
Quizá simplemente sientas incomodidad, frustración, preocupación, agobio, algo de dolor de cabeza o de estómago…
Quizá te encuentres en tensión, te cueste relajarte o te haya abordado el pánico en algún momento…
Quizá tengas problemas para conciliar el sueño o te aborden las pesadillas cuando por fin consigues dormirte… a lo mejor broten de tu mente pensamientos recurrentes y te cueste centrar la atención…
Quizá incluso te haya brotado un llanto espontáneo de impotencia, o una reacción de rabia inesperada….
Quizá las paredes se te echen encima y se te haga cuesta arriba la convivencia con tu pareja, con tus críos o con tu mascota, quizá no aguantes estar en soledad…
Quizá te cueste respirar hondo y te ataque la ansiedad cuando piensas en tu futuro laboral o sientas desesperación ante la situación de tu empresa…
Quizá sientas culpa, inseguridad, desprotección, desorientación, vacío existencial…
Quien sabe si incluso puedes estar sufriendo en silencio algún cuadro psicológico más grave, que no puedes compartir con nadie y al que no encuentras respuesta entre tanta (des)información…
Y otra vez de vuelta a mi piso, estorbado por el machacante ruido de las obras del edificio de al lado que no se detienen ni habiéndose declarado pandemia mundial, me vienen a la mente otra serie de preguntas:
¿No estaremos tapando nuestro sufrimiento con titulares y estadísticas a los que nos aferramos día a día de forma casi adictiva?
¿No estaremos quizá intentando equilibrar nuestra sensación de perdida de control con conductas de compra compulsivas, medidas de protección extremas y rutinas para pasar la cuarentena?
¿No estaremos compensando la sensación de parálisis e incapacidad de reacción frente a la crisis con elogiosos gestos de redención social?
¿No estaremos quejándonos de los políticos y lanzando balones fuera para alejar toda sospecha de corresponsabilidad en la gestión de esta crisis?
¿No podríamos estar pasando por alto la verdadera naturaleza del problema con un diagnóstico desenfocado ante el apremio de la urgencia sanitaria?
Mi hipótesis es que la preocupación que tenemos, el sufrimiento que sentimos ante la pandemia del coronavirus, va más allá del miedo a la posibilidad de contagio (propio o ajeno), del peligro de desabastecimiento o de la amenaza de recesión económica.
Muchos de los síntomas que estamos notando en la intimidad de nuestra cuarentena, aparentemente asociados a la lógica de la alarma sanitaria, podrían estar hundiendo sus raíces en algo más profundo.
Una llamada del inconsciente que seguramente ya estaba allí antes, que quizá no supimos reconocer o no quisimos hacerle caso, y que ahora aflora a la superficie como quien no quiere la cosa.
Precisamente en un momento de despiste y descontrol, nos coge con la guardia baja y encuentra un hueco de acceso para colarse en la conciencia.
Y entre el maremágnum de información, de opiniones y curvas, quizá puedas estar empezando a notar que algo no va bien en tu vida más allá del coronavirus.
El oráculo del S.XXI
Desconozco si como dicen algunos esta pandemia obedece a un plan trazado o simplemente es un evento azaroso del destino.
Si puede ser una conspiración, un mensaje divino aleccionador o una venganza de la naturaleza en respuesta al daño que venimos haciéndole desde hace siglos.
Lo que sí sé es que el coronavirus nos ha puesto en evidencia y nos ha mandado al rincón de pensar.
Como un espejo que refleja nuestra propia vulnerabilidad frente a lo desconocido y pone al descubierto una imagen de nosotros mismos muy distinta de la fachada de seguridad y progreso que proyectamos habitualmente.
Este oráculo del S.XXI nos está haciendo ver qué tipo de vidas hemos creado y cómo las estamos viviendo. Un toque de atención de puertas para afuera, pero sobre todo, de puertas para adentro (y nunca mejor dicho).
Este virus quizá nos esté indicando que estamos tan metidos en el engranaje de la máquina social y económica, que no sabemos ya dominarla, ni vivir sin ella.
Vamos en «piloto automático» como si fuéramos a vivir para siempre, como si no hubiera un final, y en realidad tenemos la amenaza a solo un metro y medio (o dos) de distancia.
Y es que para mi, este es el tema central que está actuando en el inconsciente colectivo de cada uno de nosotros y del planeta entero.
La cuestión fundamental en la que hunde sus raíces el sufrimiento que sentimos derivado de la epidemia:
La resistencia al cambio, la incapacidad de reacción frente a la incertidumbre, el pánico a perder el control.
Terror a la extinción como personas o como civilización, a que se acabe el mundo tal como lo conocemos.
Miedo a la muerte.
Asignatura pendiente
Sentimos tal apego a la vida que estamos literalmente «cagados» ante la muerte.
(tal vez explique esto la compra compulsiva de papel higiénico estos días o el repunte de ventas del libro de Albert Camus sobre la peste…)
¡Qué paradoja!
No solo nos produce terror el término de nuestra vida tal como la conocemos o, visto desde un punto de vista colectivo, la disolución del estado del bienestar.
(el cierre de empresas, la destrucción de empleo, la merma de servicios públicos, la anulación de derechos fundamentales, etc…)
Nos da verdadero pavor tener que irnos antes incluso de haber podido vivirla. Antes de haber podido disfrutar ese ideal de bienestar que tanto tiempo y sufrimiento nos lleva perseguir.
Pero es que no hay que olvidar que, muerte es sinónimo de normalidad. El fin es lo habitual y parte fundamental sin la cual la vida no tendría sentido, si es que tiene alguno.
Sin restar un ápice de gravedad a las miles de bajas causadas por el Covid-19 en todo el mundo, hay que tener presente que las personas seguimos muriendo cada día**, en gran número y por causas muy diversas, además del coronavirus. (y lo seguiremos haciendo cuando la curva amaine)
Y es que, repito, la vida no se entiende sin un final, tal como no se entiende un proyecto serio sin fecha límite (sin deadline, como dicen en inglés…)
Pese al predominio de la ciencia y del potencial predictivo de los datos y los algoritmos en el desarrollo de la civilización moderna, tengo la sensación que seguimos estando «en pelotas«.
Aunque parece que cada vez tenemos un sistema más seguro y controlado, al mismo tiempo (o como consecuencia de ello) tenemos una sociedad más frágil y dependiente, y la muerte sigue siendo una asignatura pendiente a tratar para cada uno de nosotros.
Respetando al máximo y de acuerdo con las medidas sanitarias de prevención puestas en marcha para protegernos de la pandemia, me temo que no queda otra que aceptar la situación tal como es.
«Aguantar el tirón» de lo que está pasando e intentar no proyectar fuera lo que sentimos por dentro, esa angustia profunda frente a lo que no conocemos o no sabemos como va a acabar.
Sé que no es sencillo (sobretodo para los que habéis perdido a seres queridos o los que estáis en primera línea de batalla), pero la alternativa es imposible:
La incomodidad frente lo desconocido no se va.
El miedo a la muerte no se quita.
Tiempo muerto
La maquina se ha parado radicalmente, los bares están cerrados, y esta vez no tenemos escapatoria.
Este parón forzado que estamos viviendo actualmente con el estado de alarma nos obliga a tomar distancia y a estar con nosotros mismos.
Aunque no quieras, tu casa se ha convertido probablemente en una improvisada consulta freudiana, en un ashram de meditación, en una especie de retiro espiritual, más o menos austero, que te empuja a mirar para adentro y darte cuenta de cosas que de otra manera y en otro momento no sería posible.
No le restes importancia a lo que te está pasando ni te sientas un bicho raro, porque nos está pasando a todos y a todas.
Las sensaciones que te invaden son tan reales como los síntomas físicos de los que, desafortunadamente, están padeciendo el contagio biológico del virus.
El sufrimiento psicológico duele, normalmente es más complejo de reconducir que el somático e incluso en algunos casos (más de los que crees) puede llegar a provocar la muerte.
Y es que en el fondo, a pesar de la ilusión de seguridad y control que nos vende el mundo moderno, sabemos que estamos en transición constante.
Un mundo conocido está muriendo y un mundo nuevo está naciendo (y esto no viene de ahora)
No se si será mejor o peor, pero como decíamos al principio, lo que está claro es que será un escenario muy parecido si no hacemos algo diferente, si no logramos traducir la crisis en cambios concretos en nuestra vida cotidiana.
No somos inmunes
Podría ser que algunos de los síntomas que estás padeciendo, tomados desde una posición de humildad, te estén empezado a convencer de que no eres inmune y que los problemas de los demás también son o pueden ser tuyos (y viceversa).
Quizá, después de haber experimentando en un primer momento tu impulso salvaje de superviviencia frente a la percepción de amenaza de muerte, no sea ésta suficiente explicación para ti y estés buscando dar un sentido más amplio a todas la emociones que sientes por dentro.
Quizá el coronavirus no sea la amenaza en sí, sino que seamos nosotros mismos los que, teniéndolo ahí fuera, luchando contra ello, nos estemos dando cuenta de que el peligro siempre ha estado ahí, dentro nuestro, y que vamos a tener que hacer algo tarde o temprano.
(si te fijas, el coronavirus no actúa en solitario, por sí mismo es inofensivo, incluso en el organismo de muchos animales. El Covid-19, y los virus en general, se hacen visibles y empiezan a ser verdaderamente peligrosos para el ser humano solo cuando están dentro de otro ser humano)
Quizá al tener la oportunidad de alejarnos radicalmente los unos de los otros, es decir, de distanciarnos de nosotros mismos, podamos estar viendo la origen de la amenaza más claramente.
Y entonces, a lo mejor estés empezando a ser consciente de que alcanzar el ideal de bienestar, si es que en realidad existe y se puede conseguir, quizá no valga tanto la pena.
No estar muerto, no es estar vivo
Conjeturas a parte, de lo que estoy seguro es que siempre que el mundo se tambalea (el tuyo, sobre todo) es un momento oportuno para hacerse ciertas preguntas:
¿Estoy a gusto con lo que soy?
¿Estoy contento con lo que hago?
¿Estoy disfrutando la vida?
Estos días se escucha a menudo eso de que lo más importante es salvar vidas, que lo prioritario es la salud… ¡y no podría estar más de acuerdo!
Pero no hay que el olvidar una cosa importante:
No estar muerto, no equivale a estar vivo.
Conocerse y prepararse psicológicamente para vivir saludablemente es una tarea fundamental que tiene que abordarse en paralelo a los desarrollos médicos, tecnológicos y económicos.
Reconocer nuestra propia vulnerabilidad y aprender a movernos en un entorno volátil, donde todo termina, más o menos bruscamente, más o menos inesperadamente…
Ajustar el ideal aprendiendo a navegar en la incertidumbre, asumiendo que la vida no es un simulacro y que no hay segundas funciones.
Y es que una existencia saludable significa entre otras cosas, aceptar que vivir es estar en peligro de muerte.
Porque, independientemente de las estadísticas, las medidas de protección, del país en el que vivas, tengas la edad que tengas, ganes el dinero que ganes, sea por la causa que sea…
Mañana te puede tocar a ti.
Orientar el cambio
Si percibes que lo que te pasa por dentro puede ser una llamada de atención de algo más profundo y eres de las personas que que quizá el parte del problema sea que todo vuelva a la “normalidad”:
Te animo a hacer algo.
Pero, recuerda, debe ser algo distinto de lo que has hecho hasta ahora con tal de obtener resultados diferentes.
Si te aproximas a ello con la tendencia del modelo dominante, va a ser muy complicado dar respuesta a tu malestar psicológico y encontrar una salida viable al descontrol emocional que puedes estar sintiendo ahora mismo.
Es necesario orientar el cambio para que se transforme en algo funcional, adaptado a la naturaleza y las circunstancias de cada persona.
Y esto no ocurre por arte de magia.
Tal como confiamos en fisioterapeutas, abogados o asesores financieros cuando queremos atajar problemas físicos, legales o económicos, no debería suponer ningún reparo acudir a un facilitador del autoconocimiento o del desarrollo humano cuando tengamos sospechas de que detrás de nuestra inquietud hay algo psicológico* más hondo.
El desarrollo de nuestras capacidades internas no solo es importante abordarlo cuando influyen directamente en nuestra salud, sino también en la esfera de lo personal, en el entorno laboral/empresarial, y en todos los ámbitos de la existencia en general.
Además, ya sabemos que probablemente el problema no viene de ahora, ni se va a ir cuando la emergencia sanitaria del coronavirus pase (vienen aguas movidas y hay que estar preparados para navegar en ellas)
Formamos parte de un sistema complejo interdependiente y el papel que jugamos cada uno de nosotros es fundamental, tal como estamos demostrando de forma admirable con acciones individuales y colectivas que están ayudando a mitigar esta crisis.
(que no se nos olvide seguir trabajando en ello cuando las necesidades ya no sean tan urgentes ni primitivas)
El gobierno sin duda puede ayudar y deberá hacerlo, pero en el fondo sabemos que esto lo vamos a tener que sacar adelante los de siempre, «tirando del carro» y colaborando.
Apostar por esta vía te ayudará a iniciar un proceso de autoconocimiento y cambio, a través del cuál podrás aprender a gestionar la incertidumbre, a entender tus limitaciones y dirigir tus acciones con libertad hacia el objetivo de construir una vida más autentica, más plena, más útil… más saludable al fin y al cabo.
Te servirá de plataforma desde la cual tomar distancia (haya, o no, cuarentena) y empezar a construir un mundo más a tu medida, que no solo te beneficie a ti sino también, y muy especialmente, al resto del sistema.
La única manera
Calma. No hay prisa, todavía estás a tiempo.
Piensa que es imposible materializar un cambio significativo de la noche a la mañana pero quizá tampoco haya que esperar a que venga otra crisis de tamaña envergadura, o a que te duela demasiado algo, para atreverte a dar el primer paso.
No es tarea fácil, pero en este otro campo de batalla también nos jugamos la vida.
Además, que yo sepa, esta es la única manera de no repetir los errores del pasado y afrontar el futuro emergente con más conciencia y menos incertidumbre.
Un futuro que, no lo dudes ni un segundo, viene cargado de más peligros y amenazas como el coronavirus.
Espero que después de todo esto, si seguimos vivos, podamos al menos haber aprendido a mirar y mirarnos de otro modo, a ser más humildes, a escuchar y empatizar profundamente, a pedir y ofrecer ayuda, a gestionar mejor nuestro miedo y, por encima de todo, a disfrutar más de la vida.
Solo con eso, ya sería una gran lección.
Si necesitas ayuda para dar el primer paso puedes hacerlo gratis y a más de 1 metro y medio de distancia aquí
*Me refiero a lo psicológico en términos amplios, incluyendo aspectos emocionales, sociales, existenciales y de tipo sistémico, intentando hacer una distinción intencionada con el impacto biomédico del virus.
**Solo una estadística general sin que sirva de precedente: cada semana mueren en el mundo más de un millón de personas
Muy interesantes y útiles las reflexiones sobre el «metro y medio». Creo que será una semilla que cambiará personas y parte de la sociedad para bien.
Muchas gracias por tus aportaciones.
Gracias por tu aporte José Manuel. Está claro que esta situación creará conciencia, también traumas. Pero para que las personas y la sociedad cambie a mejor, me temo que no es suficiente, ni una cosa ni la otra. La tendencia es muy fuerte y hay mucho trabajo por hacer! Mi propuesta para entrar en ese camino empieza por aquí https://enricsegura.com/guia-gratis
Hola Enric, a parte de seguir tus cápsulas en Barcelona Activa donde me han aportado mucho, hoy tengo una entrevista de trabajo a las 11h, son las 5am me he levantado porque estoy inquieto y deseo que salga todo bien. Justo revisando mis mensajes en la redes e visto tu video y sinceramente no puedo estar más de acuerdo, yo quiero continuar con mi normalidad dentro de lo que se pueda y desde luego me has ayudado a darme fuerzas para hoy afrotar la entrevista con otra prespectiva. Así que muchas gracias por tu visión, yo durante estos días he aprendido una palabra que no sabía el significado RESILENCIA, ahora es momento de aprovechar las oportunidades y no caer en el victimismo.
Un saludo.
Hola Francesc! Gracias por tu comentario. Me alegro que los cursos online de desarrollo profesional que hicimos con el Ayuntamiento de Barcelona te hayan sido útiles. Es completamente normal estar nervioso, espero que el seleccionador haya estado a la altura y que la entrevista haya sido productiva. Y si no ha tenido un buen resultado, ya sabes, a seguir entrenando la capacidad de resilencia y a a seguir intentándolo con conciencia y sentido. De verdad espero que hagamos algo con los aprendizajes e intuiciones que nos está aportando esta crisis. A mi me encantan los profesionales con la mente abierta, que toman acción para seguir evolucionando y aportando valor a los demás con su trabajo, como intuyo que es tu caso. Un fuerte abrazo y por favor, cuando te vuelvas a pasar por aquí cuéntanos cómo ha ido la entrevista!!